Miguel Delibes ha fallecido hoy en Valladolid a los 89 años. Posiblemente, uno de los mejores escritores españoles del siglo XX. Un artículo en el que ofrece su particular visión sobre el fútbol:
Sin personalidad
Después de mover arriba y abajo el cubilete quedaron en liza cuatro selecciones clásicas, las previstas, sin que ninguna, salvo quizá la alemana, estuviera a la altura de su historia. El fútbol del Italia 90, cuando no gris y pusilánime, resultó blandengue. Apenas un 15% de los partidos (Alemania-Holanda, Italia-Irlanda, Inglaterra-Camerún) comunicaron a la grada alguna vibración, o hicieron saltar al telespectador de la butaca. Los demás resultaron de muy bajo tono, un fútbol desapasionado, elemental, premioso, que siguió siéndolo (salvo en la semifinal Alemania-Inglaterra) en las prórrogas, cuando el encuentro, de no dar un vencedor, tendría necesariamente que dirimirse por penaltis. (¿Por qué, me pregunto, apelar a fórmula tan arbitraria y caprichosa cuando de lo que se trata en estos campeonatos es de concentrar emociones, vivir intensamente la gran fiesta del fútbol? Yo recuerdo que ningún Mundial ha logrado resucitar en mí la conmoción vivida en 1934, cuando a través de un gótico receptor de radio, que emitía más ruidos y silbidos que palabras, seguí la gran gesta española del Italia 34, el mundial mussoliniano. ¿Por qué no volver a aquellos partidos de desempate, sin tiempo para descansar, al día siguiente, con los efectivos diezmados por el cansancio y las lesiones, o con los suplentes, en los que la tensión futbolística alcanzaba unos límites que ahora tratamos de buscar en vano mediante otras fórmulas?).Quedó campeona, con más dificultades de las previstas, la selección alemana. Un triunfo cantado, en particular desde que Italia, una Italia sin fervor, contagiada del enervamiento napolitano, fue eliminada por una Argentina muy afortunada, muy lejos de aquel equipo triunfador en Buenos Aires (1978) y México (1986) del que sólo quedan algunos atisbos de Maradona y su buena colocación en el campo. Argentina no fue lo que era, llegó más arriba de lo que merecía, y otro tanto cabría decir de Inglaterra (salvo en la semifinal) e Irlanda. Otros, en cambio, pagaron el pato y se asustaron antes de entrar en calor y poder demostrar de lo que eran capaces: URSS, Suecia, Bélgica, Holanda, Brasil, tal vez España. El azar no acertó en esta ocasión. Del bombo salieron combinaciones que en la práctica resultaron desacertadas y no dieron en la pradera el juego que cabía esperar de ellas. El bajo tono de este Mundial tan esperado confirma que el dinero que hoy gira alrededor de este deporte enriquece a los futbolistas pero empobrece al fútbol. Cuando los futbolistas se convierten en administradores (del cero-cero inicial, de sus tobillos, de sus cuentas corrientes, de lo que sea), el fútbol se hace burocrático, insoportablemente conservador, repetitivo y enfadoso. Tan sólo alguna selección representante de algún país exótico, como la de Camerún, aportó al trofeo un hálito de frescura, algo diferente del viejo y revenido automatismo. Camerún fue al Italia 90 algo así como el chino Michael Chang al Roland Garros 89: una gracia inédita, la última sorpresa de lo exótico. No diré que fuese un descubrimiento, porque ya en 1982 había empatado con el mismísimo campeón, pero sí ha sido un animador, un equipo que saltaba a la pradera a jugar, a divertirse y, de paso, a divertirnos a nosotros, los espectadores. Hace ocho años la selección de Camerún demostró ser un brasilito: un equipo lento cuando hay que serlo, cadencioso, de fútbol de pase corto, acompasado, rítmico, de amplios despliegues seguidos de cerrados repliegues casi casi instantáneos, con un sentido de anticipación imaginativo y vivaz. Eso era Camerún en 1982. En 1990 ha demostrado que ya es algo más que un brasilito, que ha crecido, que es capaz de crear jugadores míticos como el viejo Milla, de tutear -y vencer- a los poderosos. Es el primer equipo africano que se las tiene tiesas con los tradicionales campeones, la demostración palpable de que el día que el continente negro se entregue al fútbol con la fruición con que lo hacen Europa y Suramérica tendremos tal vez que despedirnos de nuestra supremacía. Porque, al margen de habilidades circunstanciales, de técnicas mejor o peor asimiladas, una cosa hay incontestable: el sentido del ritmo y la resistencia física del africano no podrá alcanzarlos ya el europeo por mucho que se esfuerce. El europeo está pasado de fecha.

Publicado en el periódico El País, 11/07/1990. Reeditado hoy en el mismo periódico.
Paseando en bicicleta.
Fotografía: Luis Alberto García
Miguel Delibes, muchas gracias.
Bueno, primeramente decir que el texto es muy interesante. Resaltaría la frase de que cuando un jugador se convierte en un administrativo, el fútbol se hace burocrático, repetitivo. En cuanto al contenido, puedo decir que está un poco desfasado, aunque es totalmente verídico si tenemos en cuenta cuándo se escribió. Sin embargo, hoy en día podemos afirmar que nuestra selección es una de las mejores del mundo, por no decir la mejor.
ResponderEliminarEstá claro que cada ciudadano de un pais siempre piensa que su selección es la mejor, pero debemos ajustarnos a las estadísticas. España juega mucho y bien, y sobre todo gana; aparte de que es reconocida por todos los seleccionadores de fútbol como la que mejor fútbol crea.
Personalmente, creo que hoy por hoy España es la mejor selección del mundo, la que mejor fútbol hace, mejores resultados consigue y la que más seguridad tiene; y no hace falta mencionar que es la favorita para ganar el mundial, no solo por la forma física de sus jugadores, que es excelente; sino también por la forma como juegan.
Un saludo!!