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jueves, 22 de abril de 2010

The loneliness of the long distance runner

Mañana es el día del libro




La soledad del corredor de fondo
Alan Sillitoe

jueves, 11 de marzo de 2010

Vietato introdurre biciclette



En los bancos y en las casas de comercio de este mundo a nadie le importa un pito que alguien entre con un repollo bajo el brazo, o con un tucán, o soltando de la boca como un piolincito las canciones que me enseñó mi madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota a rayas. Pero apenas una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle mientras su propietario recibe admoniciones vehementes de los empleados de la casa. Para una bicicleta, ente dócil y de conducta modesta, constituye una humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen altaneros delante de las bellas puertas de cristales de la ciudad. Se sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de la tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: "y perros", lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de inferioridad. Un gato, una liebre, una tortuga, pueden en principio entrar en Bungue & Born o en los estudios de los abogados de calle San Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto entre telefonistas ansiosas, o a lo sumo una orden al portero para que arroje a los susodichos animales a la calle. Esto último puede suceder pero no es humillante, primero porque sólo constituye una probabilidad entre muchas, y luego porque nace como efecto de una causa y no de una fría maquinación preestablecida, horrendamente impresa en chapas de bronce o de esmalte, tablas de la ley inexorable que aplastan la sencilla espontaneidad de las bicicletas, seres inocentes. De todas maneras, ¡cuidado, gerentes! También las rosas son ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una guerra de dos rosas murieron príncipes que eran como rayos negros, cegados por pétalos de sangre. No ocurra que las bicicletas amanezcan un día cubiertas de espinas, que las astas de sus manubrios arremetan en legión contra los cristales de las compañías de seguros, y que el día luctuoso se cierre con baja general de acciones, con luto en veinticuatro horas, con duelos despedidos por tarjeta.

Texto de Julio Cortázar, publicado en "Historias de Cronopios y famas" (1962).
Imprescindible.

He tropezado con una adaptación visual del texto de Cortázar. La realiza alurioatanacio.


miércoles, 24 de febrero de 2010

Sin marcha atrás

Cuando niño tuve una bicicleta sin frenos en el volante. Pedaleaba veloz lanzándome por una pendiente de cemento ubicada en los locales comerciales cercanos a mi casa. Bajaba y volvía a subir nuevamente. La pendiente me parecía arriesgada, eterna; debía esquivar a las personas que se dirigían a la botillería a la panadería o al bazar. Inmerso en mi mundo me imaginaba zigzagueando obstáculos y pedaleaba cada vez más fuerte. Mientras Gloria, mi madre, me miraba de vez en cuando y continuaba incesante barriendo la calle. Daba la vuelta completa a los locales comerciales. Me lanzaba por la rampa y en ese particular impulso y silencio pasaba minutos eternos deslizándome, subiendo y bajando entre el cielo y la tierra. El talud fue diseñado para evitar que la lluvia ingresara a los locales y encauzara su curso a la calle. Todos la rechazaban, yo calladito le pedía que viniera sin demora, que se deslizara por entre mis ruedas. El ritmo parsimonioso de las gotitas formaba una poza para que mi circuito me brindara algo más para aprender, superar y lo agradecía. Mi bicicleta frenaba con la cadena. Apenas detenía el pedaleo y echaba mis pies hacia atrás en la dirección opuesta se frenaba. Era única, ningún otro niño o amigo frenaba como yo. Eran mis pies los que frenaban. Mis manos fusionadas al volante dirigían mi destino. Luego de escuchar el grito de mi madre llamándome a tomar once mi mente volvía a la realidad. Me daba la última vuelta a los locales. Me lanzaba por la pendiente, y apenas llegaba al lado de ella con su escoba en la mano, detenida mirándome como me acercaba, frenaba pedaleando hacia atrás, girando la bicicleta para dejar marcada la calle con la negrura del neumático. Quería dejar mi huella, mi firma estampada en el gélido cemento. Apenas me bajaba me miraba las manos. Mi piel tenía marcadas con puntitos hundidos las gomas que protegían el volante. No eran duras pero dejaban marcas por un par de minutos. Las quedaba mirando un buen rato y el corazón aun me latía fuerte. Entraba al baño agarraba el jabón, dejaba correr el agua y trataba de borrar las marcas frotando vehemente mis manos con el jaboncillo. Me miraba al espejo, sudaba, refrescaba mi rostro colorado y con la espalda mojada por el sudor me sentaba a tomar mi leche. Mi bicicleta tenía parrilla, gomas de volantes punzantes, y caían unas huinchas de colores como cortinas de plástico de carnicería. Frenos únicos. Nada se comparaba a ella. No se qué será de ella ahora. Creo que debería agradecerle. Seguramente estará oxidada, desvencijada en algún techo, basurero o reciclada en el mejor de los casos. Ahora no freno hacia atrás; lo hago como el resto de los mortales. No tengo parrilla ni tiritas de colores. Mi bicicleta es más sobria, pero lo único que se es que mientras pedaleo por la calle y me río de los automovilistas detenidos por horas en las calles, siempre sé que voy a hacia adelante. Las bicicletas no tienen marcha atrás no retroceden. Las cosas han cambiado. No puedo volver el tiempo atrás, solo voy hacia adelante. Ya no me lanzo por la pendiente imaginándome circuitos. Recorro las calles de Santiago libremente y no escucho la voz de mi madre diciéndome que me entre a tomar la leche. Cada tarde de regreso a mi hogar miro mis manos, ya no tengo sus marcas en la piel. Cuando veo mi rostro en el espejo del baño sigo colorado y quiero refrescarme.
Texto: Héctor Alejandro Mendoza.

martes, 23 de febrero de 2010

Un texto sobre la cruz

La cruz, dicho de otra forma, la cara mala del deporte. Ese lado que muestra lo oscuro y todo aquello que no debería verse relacionado con el deporte. Aquellas imágenes que tapan toda la satisfacción y el buen ejemplo que una persona se lleva al ver la cara del deporte. En este caso hablamos del alcohol. Al igual que pasa con los imanes, pasa con el deporte y el alcohol, entre otras cosas. Si ponemos dos imanes encarados por los lados opuestos y los acercamos, se juntan. Lo mismo pasa con el deporte y el alcohol. Son dos conceptos completamente opuestos, uno del otro, pero que los sábados por la noche se atraen. Todo este proceso comienza en el partido de fútbol. El árbitro pita el comienzo y si cuando señala el final, ese partido se ha ganado, es lo que conlleva el alcohol por la noche en forma de celebración. Pero hay ejemplos muy extremos, los cuales, si el partido que se ha jugado, se ha perdido, recurren al alcohol para aliviar las penas. Ante todo, lo que yo pienso y digo es que puedes disfrutar igual o más sin la necesidad del alcohol.
Texto: Alejandro Cervera (Primero de Bachillerato B).

viernes, 11 de diciembre de 2009

No, no, no y no

Hola:

Esta entrada es recomendable leerla a la vez que utilizamos la entrada anterior (moon river).

Seis de diciembre de 2009. Hemos quedado los amigos para ir en bici o en patines, a elección. Me levanto, cojo mi bolsa con mis patines y me marcho, cuando llego, la gente estaba llena de energía y con ganas de trabajar y currarse el día deportivo. ¿Y yo? No, yo estoy esperando, esperando y esperando. Saco mis patines de mi bolsa, me los pongo y empiezo a mover ligeramente mis pies, ¿entonces?, ¿qué siento? Nada, absolutamente nada. Sigo sin prestar demasiada atención a mi desconcentración y sigo “avanzando”, llego a una esquina y de repente viene un coche, no sabía cómo frenar, ¡no!, ¡iba a pasarme por encima! Me agarro a una farola sin remedio y el coche pasa. Se me encoge el estómago. Siento que no valgo nada sin esas “personas” que me ayudan a parar, no estoy preparada para enfrentarme sola. No, definitivamente, no. Se me inundan los ojos pero sigo “avanzando”, cojo velocidad, voy a girar y dar la mejor vuelta como nunca. Maldita, maldita piedra. Estoy en el suelo, paralizada, y no por el dolor de la caída, si no por el dolor de mi tristeza. Bastante nunca es suficiente… comprobado, soy menos y nada. Se acerca un niño, me aparta las manos de la cara con inocencia, y me pregunta: ¿por qué lloras?, ¿tus patines te hacen sufrir? Yo saco una leve sonrisa y le digo: no, la culpa la tiene los sueños, te elevan, te confunden, crees en ti, y ¿luego?, te estrellas. Se me queda un buen rato mirándome como si me comprendiese, cuando no lo hacía ni yo misma y me dice: ¿y por eso lloras? En mi cara se notaba el desconcierto de esa contestación tan arisca. Me levanto del suelo, le acaricio y le digo: cuando crezcas te darás cuenta de que lo que a ti te importa le importa a poca gente. Para mí patinar es sentirse libre y poder gritar por dentro, no me preguntes cómo se hace, se hace y punto. Debes saber que, para mí, patinar es vida.

Gracias a la compañera que nos ha permitido compartir su diario.

martes, 24 de noviembre de 2009

Lucha contra el sida


Mario tiene 23 años y quiere trabajar como monitor de natación en la piscina de su pueblo. Desde muy pequeño le ha encantado el agua, de hecho, uno de sus primeros recuerdos es cuando su madre lo llevó por vez primera a un cursillo de natación. Como pez en el agua, aprendió con mucha facilidad a nadar todos y cada uno de los estilos. Primero fue el crol, luego espalda, después braza y mariposa. Uno de los monitores que tenía por aquel entonces, tras comprobar su espectacular progresión, habló con él y con su familia para invitarle a formar parte del club de natación y comenzar a entrenar con los chicos y las chicas de su misma edad. Y así comenzó todo. Con mucha constancia y dedicación, fue ampliando su capacidad de resistencia y mejorando la técnica. Competía los fines de semana y sus marcas eran realmente buenas. Del ámbito local, pasó al comarcal, después al provincial y cuando se dio cuenta estaba disputando a sus 18 años, el campeonato de España de la modalidad de mariposa. Todo iba como la seda. Ahora quedaba pasar por el campeonato de Europa y la selección española de natación ya había llamado a su puerta para interesarse por su progresión. ¡Sólo quedaban dos años para las Olimpiadas!Pero lo que no imaginó, fue el giro de 180 grados que inesperadamente se produjo en su carrera como deportista de élite. Y precisamente, cuando estaba a punto de recoger los frutos, después de tantos años de esfuerzo y entrenamiento. Mario, tras mantener relaciones sexuales sin preservativo se infectó del virus VIH. Lo supo cuando la médica del equipo de natación en el que competía, analizó los datos de uno de los tantos análisis de sangre rutinarios que le realizaban como parte de los controles a los que estaba sometido. Todo se vino abajo. Se acabó. La Federación de Natación le retiró la licencia federativa, por lo que ya no podía competir. La marca de bañadores que le representaba, rescindió el contrato y además, le comunicó que no estaba dispuesta a realizar ninguna indemnización económica. Como un huracán, su historia apareció en los medios de comunicación de masas, con un tratamiento de la información bastante lejano de la realidad. Fue expulsado de su club de natación, el que le había visto crecer desde pequeño. En la piscina de su pueblo bajaron los abonos mensuales y los cursos de enseñanza pasaron a la mitad. Se había extendido un miedo irracional al contagio del virus. Las personas que habitualmente practicaban la natación pensaban que podían contagiarse en los vestuarios y también, al nadar por las “calles de la piscina”. No se lo podía creer, tantos años de esfuerzo y todos en su contra, y lo peor de todo, él no entendía la discriminación a la que se veía sometido. Con el paso de los años, Mario se informó bien sobre el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, y conoció las vías por las cuales el virus se puede contagiar. Por cierto, muy distintas a las que la gente cree conocer. Ahora, forma parte de un colectivo que lucha activamente por los derechos de las personas infectadas por el VIH y por erradicar las situaciones de intolerancia deportivas. Mario tiene mañana las pruebas teórico-prácticas para convertirse en monitor de la piscina de su pueblo, se ha preparado a conciencia durante meses y espera aprobarlas.


Texto: Jorge Fuentes.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Escribir

¡Hola!

Hay un actividad del cuaderno de EF que es la elaboración de un microrelato que tenga relación con la asignatura. Todavía no hemos puesto fecha de realización, pero algunos compañeros/as me han pasado borradores para ir pensando en su relato definitivo. Con permiso de quien lo ha elaborado he subido al blog uno que toca un tema que empieza a ser frecuente.






A las seis sonó el despertador, y, como todos los días, tardó un cuarto de hora en levantarse. Muy despacio cogió el chándal del armario y lo llevó al cuarto de baño. Se desnudó y se metió en la ducha, dejando que el agua caliente le cayese encima. Cerró el grifo algo más tarde de las seis y media, y rápidamente se enrolló el pelo con una toalla y se vistió. De nuevo en su habitación, con el pelo todavía mojado, se sentó al escritorio con el libro de literatura delante y empezó a estudiar por donde lo había dejado la noche anterior para el examen que tendría esa misma mañana. Poco después de las siete y media oyó la voz en grito de su madre diciéndole que se iba a trabajar, y que le dejaba una manzana sobre la mesa por si tenía hambre. Se lavó los dientes deprisa y se fue, dejando la manzana donde estaba. Cuando llegó al instituto todavía faltaban diez minutos para que tocase el timbre, así que, apoyada en una pared, sacó el libro de literatura otra vez y volvió a repasarlo todo. Al sentarse delante de la hoja de papel recordó la manzana roja que había dejado sobre la mesa y la echó de menos. Cuando sonó el timbre de nuevo, todavía no había acabado el examen, pero aún así se levantó deprisa para entregarlo. A medio camino entre su mesa y la de la profesora, el aula empezó a dar vueltas y ella tuvo que agarrarse a una mesa para no caer. Cuando se le hubo pasado el mareo, entregó el examen y bajó al gimnasio a paso ligero con una mano apoyada en la pared. Después de dejar la bolsa en el vestuario fue con el resto de la clase, que ya rodeaba al profesor, que, con el silbato y el cronómetro ya colgados del cuello, les daba órdenes de comenzar a correr alrededor de la pista de baloncesto. Todos empezaron a correr, los chicos delante y las chicas detrás, pero ella pronto se quedó rezagada. Arrastró los pies por el suelo hasta que todo empezó a dar vueltas igual que el aula de literatura y, cuando no tuvo nada a qué sujetarse, cerró los ojos y cayó de espaldas.




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